Esta época en la que
vivimos requiere ciudadanos capaces de entender la complejidad de las situaciones
que se nos plantean y el incremento exponencial de la información, así
como personas capaces de adaptarse creativamente a la velocidad del cambio
y a la incertidumbre. Hoy, los chicos crecen y viven saturados de
información, por tanto, el reto de la formación del alumno se sitúa en la
dificultad de transformar las informaciones en conocimiento que ayuden a
comprender mejor la realidad. El abultado índice de abandono escolar, sin ni
siquiera concluir la etapa obligatoria, y la irrelevancia de los
contenidos que se aprenden para pasar exámenes, pero que no incrementan el
conocimiento útil, nos hace pensar en una reforma drástica de un dispositivo
escolar mejor adaptado a los desafíos del XXI.
Si la escuela tiene
que responder a nuevas y complejas exigencias, la formación de los
docentes ha de afrontar retos similares para responder a tan importantes y
novedosos desafíos. Ante tales demandas, la figura del docente
se sitúa en el eje de atención y polémica. La formación de nuestros
alumnos y la formación de los docentes, responden a unas mismas exigencias
y requieren propuestas y estrategias de formación similares.
Me pregunto: ¿qué
relación tiene el conocimiento que se aloja en las escuelas, que se
concreta en los currículums académicos y se empaqueta en los libros de
texto, con la formación y el desarrollo de los modos de pensar, sentir y
actuar de los individuos como ciudadanos, personas y profesionales?
La construcción del
pensamiento práctico, de las competencias y cualidades humanas, se
presenta como el verdadero objetivo de la enseñanza. El carácter efímero
del conocimiento académico que los estudiantes adquieren en la institución
escolar, es la consecuencia, entre otras razones, de su escasa relevancia
para contribuir a formar el pensamiento práctico, los modos de entender,
sentir y actuar de cada individuo en la vida cotidiana. Intento no
enseñar a mis alumnos; sólo quiero
proporcionarles las condiciones para que puedan aprender.
La crisis que vivimos
no es una crisis económica sin más. Es una crisis que afecta a todos los
aspectos del vivir humano, pero sobre todo afecta a la sensibilidad humana, se está
produciendo una gran deshumanización. La construcción de un nuevo modelo de
sociedad requiere relaciones sociales basadas en el amor. Caminar en esta
dirección se ha de basar en la construcción de un “nosotros” donde no
haya “otros”, sino personas autónomas, libres y solidarias, en el seno
de una sociedad igualitaria. Se trata de generar personas responsables con su
entorno social y natural. Este nuevo modelo también requiere un cuidado que no
genere dependencia, sino que procure el máximo desarrollo del ser humano.